En el mundo del arte contemporáneo se habla mucho de democratización del arte. Basta en fijarse, por eso, en una sola institución cualquiera de arte contemporáneo para darnos cuenta de que está regida por un concepto de calidad restrictivo y desde luego no democráticamente concensuado.

Lo mismo sucede en el espacio público, en el que a los vecinos se les impone lo último en arte, un trasto de dimensiones colosales completamente carente de vinculos con la ubicación en la que se encuientra. No suele, en absoluto, ser constitutivo de la identidad colectiva del vecindario.

En este sentido propongo que una democratización del arte urbano se base en el concepto de ágora como espacio que se abra a la representación de aquello susceptible a convertirse en identidad del lugar, sobreescribiendo temporalmente al arte impuesto de esta ubicación.

El concepto de calidad deja detrás de si a un vecindario excluido que debe asumir sin rechistar la imposición de aquello que ocupa el lugar de lo suyo.

Una vez tenga el proyecto en marcha, me gustaría plantear una herramienta para llegar a una democratización más autentica del arte que actualmente ocupa el espacio urbano sin ser transmisor de identidad. Así que la reconquista de este espacio pasa por sobreescribir temporalmente a este objeto, construyendo identidad.